PERSPECTIVA, por Marcos Pineda Godoy.

Mucho se ha advertido sobre una posible regresión de México hacia un modelo de sistema político hegemónico al estilo de los años sesenta o setenta del siglo pasado. Pudiéramos estar equivocados. Hay señales ya como para pensar en una vuelta bastante más atrás, hasta el período de Plutarco Elías Calles Campuzano, cuya fase de total concentración del poder comprendió de 1924 a 1936, año en el que fue expulsado del país por el entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río.

Calles fue el último presidente cuyo gobierno constitucional tuvo una duración de cuatro años, porque a partir de Cárdenas se extendió a seis. Logró concentrar y canalizar la búsqueda del poder político con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), que después cambiaría de nombre, dos veces, para convertirse, en el PRI. Al finalizar su mandato presidencial y tras el asesinato del presidente electo, Álvaro Obregón, el llamado “jefe máximo”, de donde proviene el concepto de “Maximato”, asumió el control político total del régimen, imponiendo como sus sucesores a Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, sucesivamente, hasta que Cárdenas rompió políticamente con él e impidió que continuara con su mandato metaconstitucional, mandándolo al exilio, junto con Luis L. León, Luis L. Morones y Melchor Ortega, que se habían desempeñado como sus fieles y leales operadores políticos.

Plutarco Elías Calles impuso al inicio del gobierno de Cárdenas del Río a la mitad de los miembros del gabinete, influyó en las decisiones del Congreso y en la designación de candidatos a puestos de elección popular, así como en las políticas del régimen, mermando sensiblemente la autoridad presidencial. Tenía toda la intención de seguir haciéndolo, en estos años que a la postre conocimos como el “Maximato Callista”, tratando de someter a su voluntad al presidente constitucional. Pero Lázaro Cárdenas, a diferencia de sus antecesores, no se dejó y decidió terminar de tajo, poniendo fin y tierra de por medio a las intromisiones del expresidente.

Desde el triunfo de Claudia Sheinbaum Pardo, el pasado 2 de junio, las señales sobre la posibilidad de un Obradorato -o quizá pudiera llamarse Maximato Obradorista- comenzaron a presentarse. La agenda de la presidenta electa siempre estuvo supeditada a la del presidente saliente. La mayoría de los miembros del gabinete, legal y ampliado, así como de los operadores políticos de la nueva presidenta son los mismos que fueron leales a López Obrador y lo siguen siendo. El discurso, las políticas y las iniciativas de reforma de Andrés Manuel han continuado su curso, tal cual lo había instruido antes de decir que se retiraría de la vida pública.

Pero nada de esto fue cuestionado, al menos no a fondo, debido a dos razones y posiciones entrelazadas: por un lado, se había prometido “continuidad con cambio” y la construcción de un “segundo piso de la cuarta transformación”, que perfectamente justifican las decisiones aparentemente tomadas por la nueva presidenta. Y, por otro lado, había quienes aseguraban que una vez protestando el cargo, Sheinbaum Pardo asumiría plenamente sus facultades presidenciales y, quizá, como sucedía en el antiguo régimen, enviaría alguna señal de rompimiento con López Obrador, para dejar claro que ella era la presidenta en toda regla y extensión de la palabra.

Sin embargo, la imposición de Rosario Piedra Ibarra para un nuevo periodo al frente de la CNDH, ordenada por López Obrador, operada y justificada por Adán Augusto López Hernández, Gerardo Fernández Noroña y Ricardo Monreal Ávila, en contra de la propuesta de la presidenta Sheinbaum y de las senadoras y senadores que proponían a otra mujer, junto con el silencio de ayer de la primera mandataria, quizá no sea una prueba contundente, pero sí una clara señal del Obradorato en marcha.

Carlos Marx decía que la historia siempre se repite, nada más que unas veces como tragedia y otras como comedia. ¿Cuál de las dos será la que está sucediendo?

Y para iniciados:

Vaya que México está cambiando, constitucional y políticamente. Lo que se estilaba era el rompimiento del nuevo presidente con el anterior. Pero eso no ha sucedido y no parece que vaya a suceder. En cambio, lo que sí pasó, muy al estilo de Calles al inicio del gobierno interino de Portes Gil, es que el expresidente envió un mensaje, a través de sus operadores en el Legislativo, de que quien tiene y quiere seguir teniendo el control, desde donde sea que se encuentre, es ya saben quién y nada más que ya saben quién.

La información es PODER!!!

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