Cual sea el desenlace, hoy es un día histórico para México. Tanto las elecciones en Estados Unidos como la sesión plenaria de la Suprema Corte de Justicia de la Nación quedarán para el registro de consecuencias, en lo inmediato y para el futuro.
Por una parte, la polarización entre las dos candidaturas a la presidencia del todavía país más poderoso del mundo se nos presenta con dos opciones entre las que decidirán los votantes. Kamala Harris y Donald Trump.
Como candidata demócrata, Harris podría convertirse en la primera mujer presidenta de su nación. Su discurso de campaña ha sido muy duro con respecto a la relación con México y la orientación que propone a sus políticas comerciales y al combate al crimen organizado, particularmente al tráfico de fentanilo. Si bien la posibilidad de una ruptura comercial aparece como remota, pues México es de los pocos países que siguen manteniendo a Estados Unidos como su principal socio comercial, sí queda claro que buscaría mejores condiciones, renegociando el tratado de libre comercio, junto con Canadá, así como que endurecería las políticas sobre migración y narcotráfico.
Pero Donald Trump, por parte de los republicanos, va más allá. Ha construido una narrativa de campaña en la que asegura haber cumplido todas las promesas que hizo en su anterior elección, mostrándose decidido no a negociar ni a llegar a acuerdos, sino a doblar a México, como dice haberlo hecho con el expresidente Andrés Manuel López Obrador, hablando también de esos que son los dos más importantes temas en la agenda bilateral. Por eso, junto a su contradictoria proclividad hacia el régimen de Putin en Rusia, ya que mantiene una afrenta contra China, principal socio comercial y aliado militar de los rusos, que no se alcanza a entender del todo, dicho coloquialmente, se duda que pueda quedar bien con dios y con el diablo. Tendría que salir mal con alguno o con ambos, siendo lo último el peor escenario para la estabilidad norteamericana que, por supuesto, tendría consecuencias para México.
Por otra parte, si se discute y resuelve sobre el proyecto de sentencia que, de ser aprobado en el pleno de la corte, invalidaría parte de la llamada reforma al Poder Judicial, el Ejecutivo, el Legislativo, el INE y el Tribunal Electoral entrarían a una trama de controversias acerca de la competencia que tiene cada uno para interpretar las leyes, como estaban en la Constitución, y el texto ahora ya reformado.
Si la votación en la Corte no invalida parte de esas reformas ahí acabó todo el conflicto y el régimen podría proseguir con el cumplimiento de sus objetivos e intereses políticos. Ahora sí estaríamos ante un profundo e inminente cambio en los sistemas político, jurídico y económico. Sin contrapesos ni equilibrios de ningún tipo. Ni siquiera los testimoniales de la oposición, porque sería fulminada estructuralmente, una vez que se apruebe la reforma electoral, que sin duda así sería.
Pero si el proyecto se aprueba, y los otros dos poderes se niegan a acatar la sentencia, independientemente de las decisiones que tomen para combatirla, en lo legal y político, sostener la imagen de México como un país en el que se respeta la división, el equilibrio de poderes, la progresividad de los derechos humanos y el Estado de Derecho, sería una misión imposible.
Y para iniciados:
Las definiciones electorales jurisdiccionales están por llegar a su desenlace. Antes de que sucedan, ya estamos viendo mejores condiciones para el diálogo y el acuerdo entre las autoridades municipales y el gobierno del Estado. Sin embargo, en esa disposición mostrada por la gobernadora, Margarita González Saravia, debe quedar claro a los cabildos que los poderes en la entidad son tres, y nada más que tres. Ellos son gobierno municipal con sus funciones y atribuciones legales, pero también están bajo un régimen estatal. Brincarse las trancas no es algo que estén autorizados a hacer. No son islas independientes. El que tenga ojos…
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