PERSPECTIVA, por Marcos Pineda Godoy.

En una semana comienzan, a la vez, dos nuevos periodos de un mismo proceso, impulsado por Andrés Manuel López Obrador después de su segundo intento por llegar a la presidencia de la República: por un lado, el sexenio que encabezará Claudia Sheinbaum Pardo y, por el otro, la nueva dirigencia de Morena.

Ambos forman parte de lo que AMLO ha denominado la cuarta transformación de la vida pública del país y serán los ejes sobre los que girará la construcción de su segundo piso, es decir, la continuación de las reformas que propuso el presidente saliente y de las que ya habrá dejado sentadas las bases constitucionales y las condiciones políticas para que su sucesora no tenga problemas institucionales ni legales para lograrlo.

La cabeza de esta siguiente etapa del proyecto obradorista es Sheinbaum Pardo. En ella recaerán todas las responsabilidades directas e indirectas, una vez que López Obrador se haya retirado de la política, como lo ha sostenido, no sólo pudiendo, sino, moralmente, estando obligada al ejercicio efectivo del otrora simbólico poder del bastón de mando que recibió al ser designada candidata presidencial.

Pero no es la única heredera directa ni la última carta de López Obrador. También comienza la presentación pública de Andrés Manuel “Andy” López Beltrán, de 38 años de edad, quien, ya por el hecho de ser hijo del todavía presidente y haber sido electo, como todos en el nuevo comité nacional de Morena, por votación a mano alzada, ocupará la estratégica cartera de Organización y, paulatinamente, pues así lo aconseja la prudencia política, cobrará mayor protagonismo, enfilándose hacia la candidatura del 2030, sin ningún adversario que pudiera significarle competencia al interior de Morena para conseguirlo.

Todo lo demás, los otros componentes del sistema político mexicano serán operadores o piezas del tablero, como los partidos de oposición y las organizaciones antagónicas al régimen, mismos que al aprobarse las siguientes reformas constitucionales y a leyes secundarias, quedarán más disminuidos de lo que hoy están. Para ello, la reforma electoral será pieza clave, pero de eso hablaré en otra ocasión.

De un lado, el Poder Legislativo, aunque pueda ser una caja de resonancia para las voces inconformes, no pasará de ahí. Convalidará, la aplanadora morenista junto con sus aliados, como lo hicieron los últimos seis años, todo cuanto envíe la Presidencia de la República, sin cambiar u oponerse a nada de fondo.

De otro lado, ya para el 2026 y en adelante, esperan que el Poder Judicial haya dejado de ser una preocupación para el régimen y se sume, dando su visto bueno a la continuidad de la cuarta transformación, una vez que la totalidad de los ministros, parte de magistrados y jueces sean sustituidos.

Luisa María Alcalde Luján, de 37 años, será la presidenta nacional de Morena. Sin duda, la imagen pública que respalde y opere territorial, así como mediáticamente, a la nueva presidenta de la República. Asumirá una enorme responsabilidad como operadora en este relevo generacional. Sin embargo, si la tónica sigue siendo la misma, deberá ceñirse a las directrices de Palacio Nacional, bajo un marco de actuación muy acotado.

Y para iniciados:

Mientras en otros lados festejan que el próximo primero de octubre se formalice la continuidad del obradorismo, en Morelos se cuentan las horas para que por fin comience una nueva etapa, que encabezará Margarita González Saravia. Su presencia en la ciudad de México, la cercanía y confianza, que quedó refrendada ayer, tanto con Claudia Sheinbaum, Luisa María Alcalde, Andrés Manuel López Beltrán y el resto de la plana mayor, que ocuparán cargos estratégicos en la nueva administración federal, abren un abanico de buenas posibilidades para la entidad.

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