En otra ocasión, hicimos en este espacio un recuento de la violencia asociada a la historia del Partido Revolucionario Institucional, particularmente de la violencia física que ha terminado en crueles y cobardes asesinatos o en misteriosas muertes de políticos incómodos, para alguien o para algún grupo de poder, mayormente sin esclarecer del todo.
Hoy toca abundar, sí en política, pero más allá de ella. La idea es provocar una reflexión sobre qué tipo de sociedad hemos construido o permitido que construyan los que, ya sea, han ostentado o detentado el poder, y cómo es que seguimos admitiendo, tolerando o siendo sumisos, nada reactivos, ante la violencia entre los individuos y grupos privados, que también son, por definición, relaciones de poder.
Por un lado, habrá quién afirme, con argumentos y datos históricos sólidos, que la política y la diplomacia, a pesar de haberse inventado para organizar las relaciones de poder entre los individuos y las naciones, respectivamente, no han dejado de vivirse entre continuas tensiones que no pocas veces desembocan en crímenes y atrocidades. Que eso es, digamos, históricamente normal en la mayoría de los regímenes de gobierno que se han sucedido, en la parte del mundo que se quiera estudiar. Desde las pugnas por la sucesión del poder entre los egipcios, el arrebato de los cargos públicos, por la fuerza, en la sociedades griegas y romanas, los múltiples homicidios de papas en la edad media, para cambiar de manos el control de la iglesia católica, hasta, entre las naciones, las inextinguibles guerras que siguen causando más horror que beneficio a la humanidad, pero no dejan de ser un recurso de las potencias para mantener y acrecentar sus hegemonías.
Por otro lado, individuos o grupos privados, en comunidad o colectividad, mientras más civilizados -que no es lo mismo que más desarrollados económicamente, como el caso de los Estados Unidos de Norteamérica-, con una mejor calidad de vida y de educación, han abatido los indicadores de violencia en sus vidas cotidianas y sus relaciones mercantiles o comerciales, de todo tipo. Sin embargo, persisten los actos violentos, en diferentes proporciones y alcances, aunque ni de broma se acerquen un poco a los que padecen los países del tercer mundo, los más pobres, como es el caso, muy lamentablemente, de nuestro país.
En ese caldo de cultivo, donde se mezclan la ignorancia, la pobreza, la falta de oportunidades, las mentiras de los políticos, la exaltación de valores y culturas milenarias -que no se reflejan en la vida diaria-, el egoísmo, la avaricia, la obsesión por acumular bienes y dinero, a costa de lo que sea, incluso de su propia familia y sus seres queridos, que se define como crematomanía, vemos hoy en día un inusitado incremento de individuos perversos, incluso menores de edad, que obran con maldad, siendo conscientes del daño que provocan y, lo peor, hasta disfrutándolo, ahora llamados crimen organizado.
En México y, destacadamente en Morelos, en ningún lugar ni actividad estamos seguros ya. Desde subirse a un transporte público, manejar nuestro automóvil, detenernos a comprar en una tienda de conveniencia, salir a comer a una humilde taquería o algún restaurante de buen nivel, ir a un cajero de banco, tener algún negocio, dedicarse a la política, la comunicación, la abogacía o a lo que usted disponga, todas y todos, estamos a merced de la violencia y la delincuencia. No sabemos en qué momento nos pasará algo a nosotros o a nuestra gente cercana, sea en forma directa o como víctimas colaterales.
Si estamos de acuerdo o no, si nos gusta o lo detestamos, si nos importa o nos es intrascendente, llama nuestra atención y reflexión o simplemente somos apáticos al respecto, no modifica las realidades objetivas. Lo cierto es que, aunque nuestra inteligencia y razonamiento colectivo llegó a la conclusión de que no debería haber violencia en las sociedades civilizadas, y menos en las democráticas, la no violencia es una aspiración, un deseo y un anhelo incumplido.
Decir simplemente que las cosas son así, callar -o lo peor, justificar a los responsables de la seguridad pública-, vivir estoicamente con miedo, por lo menos para su servidor, no es más que una estupidez. Ojalá que el presidente, Andrés Manuel López Obrador, como última muestra de buena voluntad y verdaderas agallas, explotara contra los delincuentes como lo hace contra sus adversarios políticos o contra los periodistas. Pero sabemos que eso no va a suceder, porque él es de los que prefieren callar, justificar o desviar la atención.
Y para iniciados:
Buena batalla argumental viene ahora que se han desechado los recursos de inconformidad contra los resultados electorales de las doce diputaciones locales de mayoría. Quedan confirmados los ganadores y, técnica y jurídicamente, una vez revisados esos expedientes, se ve muy difícil que las resoluciones pudieran ser modificadas por la Sala Regional del Tribunal Electoral de la Federación. El Tribunal Electoral en el Estado de Morelos ya cumplió, en tiempo y forma. Pero ahora viene la siguiente parte: la distribución de las plurinominales. Ahí va como adelanto. Los dos únicos argumentos que tendrán que revisarse con todo detalle y a fondo son la equidad de género, así como la sobre y subrepresentación. Y eso sí que terminará resolviéndose en definitiva hasta las instancias superiores.
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