Como en los tiempos del poderoso PRI, ahora en su lugar Morena, los aspirantes del oficialismo a ocupar cargos de elección popular consideran que lo más difícil no es ganar la elección, sino obtener la candidatura. La confianza en la marca y en la maquinaria electoral del partido en el poder es de nuevo un atractivo para quienes quieren ir a la segura.
Son pocos los lugares para los elegidos, claro, los lugares de privilegio, si se comparan con el alrededor de 130 millones de mexicanos que somos o, ponga usted, con los cien millones de electores que podrían depositar su voto el próximo 2 de junio.
Las cuentas del presidente, los números de los que hablan sus más cercanos y su partido, Morena, prometen por ahí de 31 millones de votos a favor de Claudia Sheinbaum, equivalentes a la cantidad de familias que reciben al menos uno de los programas sociales. Sin embargo, de ahí habría que contemplar los votos que aportarán el Verde y el PT.
Si los datos que tienen en presidencia resultan ser diferentes de la realidad, esos pocos puntos de sus aliados podrían hacer la diferencia. Y es de uno de ellos de quien toca hablar hoy. El Partido Verde Ecologista de México, mejor conocido simplemente como “El Verde”.
Cuando su fundador, Jorge González Torres, hizo su primer intento por conseguir en 1991 el registro oficial del Verde no tuvo éxito. Las leyes electorales eran diferentes entonces, menos estrictas, muy generosas, pues permitían buscar el registro una y otra vez, con la mitad de los afiliados de lo que hoy se exige.
González Torres entendió muy pronto que el “boom”, la moda de los partidos verdes en otras partes del mundo, sobre todo en los países desarrollados, en México nada más no prendía. Y que no sería fácil permanecer si no lograban contar con un voto duro, cautivo, mercadotécnica y políticamente bien planeado, incluso heredándolo en vida a su hijo, mejor conocido como “el niño verde”.
Fue así, aceptando que su partido jamás sería mayoritario, en un país subdesarrollado, que decidió optar por la ruta, que algunos llamaron “partido satélite”, pero que más bien debería ser considerado como “partido rémora”. Sí, ya que las rémoras son peces pequeños que se pegan a los de mayor tamaño alimentándose de las sobras, en los trayectos que decida el pez más grande.
Un partido que más allá de aprovechar las oportunidades, es un completo oportunista. Como ejemplo perfecto de las rémoras, se pegó al PRI cuando le convino. Una vez caído en desgracia el Revolucionario Institucional, se vendió al PAN, con quien terminó rompiendo al no recibir tajadas de poder del tamaño que ambicionaban y volviendo a pegarse al PRI en el 2012.
Siempre del lado del ganador, en el 2018, tal cual rémora que nunca dejará de ser, se emparejó a López Obrador, con quien continúa recibiendo lo que el poderoso le deje en el camino. Y, para ser rémora, no le ha ido tan mal. Conserva su registro, tiene algunas posiciones relevantes, es un buen negocio familiar, que hace su agosto con la venta de candidaturas, cada tres y seis años.
Sin embargo, el Verde nunca va a pasar de partido rémora. Mire usted, en Morelos apenas y han podido conservar su registro.
Y para iniciados:
Como borrego, estuvo muy buena la filtración de ayer. Muchos se fueron con la finta de que ya se había decidido, en la cúpula de Morena, la candidatura a la presidencia municipal de Cuernavaca. Cuando comenzamos a buscar confirmaciones, lo único que encontramos fueron desmentidos. Lo cierto es que el río revuelto ya tiene a los pescadores con el alma en un hilo. Le urge a Morena hacer pública la decisión para atajar los rumores.
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