Por un lado, las candidatas y el candidato a la Presidencia iniciaron sus campañas, junto con quienes aspiran al Senado y a la Cámara de Diputados. El discurso de Claudia Sheinbaum confirmó que su oferta se basa en la continuidad y profundización de lo que han denominado cuarta transformación y que su principal activo político es el propio presidente de la República. Xóchitl Gálvez arrancó con un discurso renovado, incisivo y provocador. A lo que llaman ahora, disruptivo. Jorge Álvarez Máynez hizo su intento por destacar, aunque dando muestras de que sabe bien de su inferioridad electoral. 

Nos reconfirmaron que la elección de este año se parecerá a la del 2000, en la cual el ánimo de los electores se polarizó entre dos opciones: la continuidad y el cambio. Sólo que ahora no se trata de la continuidad del régimen priista, con setenta años en el poder, sino de uno recién instaurado que evoca a la política populista de los sesenta y setenta del siglo pasado, cuyos resultados son motivo de polémica, por sus intrínsecas contradicciones, contra un cambio en la forma de hacer política y gobierno, que rechace la creación de una mayoría aplastante y autoritaria, para sustituirla por un ejercicio de diálogo, acuerdos y consensos.

Por otro lado, las principales aspirantes a la gubernatura se registraron ante el Instituto Morelense de Procesos Electorales y Participación Ciudadana. Ambas, Margarita González Saravia y Lucía Meza Guzmán, dieron muestra de su capacidad de movilización, que no dejará de ser señalada como acarreo. Para ellas, todavía falta poco menos de un mes para salir con todo lo que tengan a la campaña electoral, sin que hayan cesado las campañas negras que tanto confunden a los potenciales electores.

En ese contexto, precisamente, hoy toca hablar del PRI. El partido que fue todopoderoso y del que muchos vaticinaron su extinción tras la derrota en el año 2000, pero que recuperó la presidencia en el 2012. En las últimas elecciones ha ido perdiendo casi todo. Ya no puede darse el lujo de perder más puntos, pues eso lo colocaría en la antesala de la pérdida del registro.

Y, no nada más es su historia como partido, plagada de capítulos funestos, por las manchas que han dejado múltiples señalamientos, que lo hacen tener una especie de imagen de corrupción institucionalizada, también cuentan en sus negativos los liderazgos cuestionados, como el de Alejandro Moreno (Alito) y la escasa efectividad de su dirigencia estatal, con Jonathan Márquez a la cabeza, que no ha podido recuperar lo que en el pasado se consideraba un voto duro a favor del partido, por ahí del quince o diecisiete por ciento.

Hoy, de seguir igual las preferencias electorales en Morelos, su aportación podría situarse entre el siete y hasta el diez por ciento, en el mejor de los casos. Es un PRI que tocó fondo. Al no tener candidato propio ni figuras que arrastren simpatías, el priismo apuesta en esta ocasión por su supervivencia, como partido tradicional, junto con las prerrogativas, que actualmente goza, pero ya sin probabilidad alguna de ser la primera fuerza electoral, ni en Morelos ni a nivel nacional.

Y para iniciados:

Aunque las expectativas de triunfo en el quinto distrito federal, con cabecera en Yautepec, apuntan hacia Agustín Alonso Gutiérrez, su principal rival, Vinicio Limón Rivera, se ha preparado para dar una batalla basada en su larga experiencia política. Ambos, son personajes combativos, entrones. Habrá que considerar si la fortaleza discursiva, que tuvo a su favor Alonso, se mantiene, pues ya formando parte de la alianza con la cuarta transformación ¿podrá seguir siendo crítico? ¿Le será permitido cuestionar al régimen de Cuauhtémoc Blanco? De no poder hacerlo, esa sería una veta que Limón podría explotar, para hacerse del voto de castigo. 

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