Comprender y explicar por qué a la finalización de las precampañas presidenciales, del día de ayer, la percepción, notoria en la mayoría de las encuestas, es que Claudia Sheinbaum mantiene la mayoría de las preferencias a su favor, no es nada sencillo, pero tampoco imposible. Por lo que toca a la oposición, las explicaciones resultan más asequibles. Por un lado, la candidata de Andrés Manuel López Obrador, pues ya nadie duda del empeño que puso para hacerla su abanderada y heredera, cuenta con el respaldo de la marca partidaria que, a su vez, es soportada por la popularidad y aceptación del presidente, entre los sectores más pobres de la sociedad mexicana, mismos que son los principales beneficiarios de los 500 mil millones de pesos que se distribuyeron el año pasado y los 800 mil que se repartirán este año, a través de los programas sociales.
Sheinbaum Pardo no tiene un discurso propio ni ideas innovadoras, sino repite hasta con un estilo que pareciera un intento de imitar Andrés Manuel, aunque no lo consiga, ni de lejos. Sus planteamientos son los mismos que los del presidente. Incluso, en su último día de precampaña habló del plan C y de la continuidad en todo lo que ha emprendido su líder, jefe y protector máximo. Entonces, para comprender y explicar por qué Sheinbaum sale bastante mejor posicionada que sus adversarios, hay que voltear a ver a López Obrador, a quien debe sus números en las estadísticas, su discurso y hasta los liderazgos y las huestes que la acompañan. Todo el aparato de Estado trabaja, desde la mañanera y hasta el último de los servidores de la nación, en el proyecto de llevar a la candidata de Morena a la silla presidencial.
Por otro lado, Xóchitl Gálvez Ruiz, a pesar del impulso inicial que la hizo destacar entre la población inconforme con la actual administración, ha tenido que navegar no sólo contra las resistencias del poder, sino también a contracorriente del rechazo y nula credibilidad de los dirigentes de los partidos que la postulan. Bien dicen que hay sumas que restan. Y para Gálvez Ruiz, cargar con el descrédito de líderes como Alito Moreno o Marko Cortés, y la escasa simpatía con que cuenta el PRD de Jesús Zambrano, con
una sociedad civil que no logra articularse en torno a un proyecto opositor, con un perfil más cercano a lo ciudadano que a lo partidista, no le es fácil de sobrellevar y, menos, que pudieran generarle simpatías, con ese tipo de rufianes a los que llaman líderes partidarios.
Finalmente, el minoritario Movimiento Ciudadano, con su precandidato al vapor, Jorge Álvarez Máynez, con todo y el endurecimiento de su discurso, sus baterías enfocadas contra la candidata oficial y sus exigencias para ganar más reflectores, candidateado por un partido cuyo voto duro ronda el 6 por ciento, una fallida estrategia de redes sociales que, hasta el momento, no conecta ni con los más jóvenes, hasta tuvo que refugiarse en Monterrey para llevar a cabo un medianamente aceptable cierre de precampaña. Si como opinan algunos, Álvarez Máynez no va en serio, sino juega su papel de esquirol para restar votos a la coalición que encabeza Xóchitl, entonces va por buen camino. Esos seis u ocho puntos podrían ser importantes el 2 de junio.
Y para iniciados:
La ruptura entre el Partido del Trabajo y la alianza que encabeza Morena para los ayuntamientos y las diputaciones locales parece irreversible. La imposición de los intereses del gobernador, Cuauhtémoc Blanco y de su hermano Ulises Bravo, para colocar a piezas clave de su círculo cercano en determinadas postulaciones, aunada a la necesidad del PT de generar votos propios para mantenerse en sus niveles de votación o subirlos un poco, hicieron una bomba política que ya explotó. Quien gane la contienda constitucional para la gubernatura tendrá forzosamente que negociar alianzas parlamentarias para garantizar la gobernabilidad.
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