PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

No supieron, no quisieron o no pudieron. La principal enseñanza del líder máximo de la cuarta transformación, Andrés Manuel López Obrador, no fue aprendida por los aspirantes a encabezar la candidatura a gobernador en Morelos: estar en campaña permanente, diaria, incansable e indetenible. Hable o no de los procesos electorales, López Obrador lleva 25 años en campaña, desde que recibió el respaldo de Cuauhtémoc Cárdenas para ser el presidente del PRD y luego el candidato a la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal. En el ámbito local no hay quién, ni de lejos, se acerque un poco a la construcción de un proyecto personal como el del presidente de la República.

Podrá haber quienes lleven el mismo tiempo preparándose u ocupando cargos de representación o en el gobierno, pero no siguiendo una estrategia de posicionamiento y promoción con objetivos claros y bien definidos. Incluso los más experimentados se han movido conforme a los vaivenes políticos de los últimos sexenios, y hay quienes hasta hace poco se movieron de sus partidos de origen a Morena. Ni los aspirantes morenistas ni los de sus partidos satélites, los que dicen ser sus aliados y profesar la misma fe política, siguieron el ejemplo del líder. No captaron a tiempo y, si lo hicieron, no lo pusieron en práctica. Ahora, ya que los tiempos fueron adelantados y las reglas puestas por Andrés Manuel, se están viendo obligados a desarrollar campañas simultáneas a la presidencial. Públicamente niegan estar en campaña, aunque la realidad es que están en ello y a marchas forzadas, para ganar la popularidad suficiente que les permita participar en las encuestas definitorias. Digamos la verdad, las que servirán de base para que el presidente, tomando la opinión del candidato presidencial, llegue a la decisión de a quién se ungirá para encabezar la candidatura al gobierno del estado.

López Obrador les dijo desde un principio y así lo hizo: nada de boletines de prensa, sino presencia. Los boletines tienen un alcance muy limitado y cuesta muy cara su difusión masiva en los medios de comunicación. La presencia tiene otro tipo de costos, incluidos los económicos, pero requiere tiempo, creatividad y logística, además de un buen equipo de trabajo. Al vapor, ahora están armando lo que dejaron de hacer en los primeros años del actual gobierno. Creyeron que expandiendo sus relaciones en el nivel nacional podrían allanar el camino hacia la gubernatura y ya después, en el último tramo, hacerse los aparecidos en comunidades y en los medios. Confiaron en la efeméride diaria y la foto circunstancial publicada en sus redes. En la entrevista esporádica. Ahora compran difusión que llega a los mismos de siempre y que, por lo mismo, no les da para crecer en popularidad. Compran encuestas que los ponen en los primeros lugares, pero que no calan en el ánimo del electorado.

Pocos son los que no están desesperados, son mesurados, pero ya entendieron que están obligados a llevar a cabo campañas paralelas a las de los presidenciables para tener posibilidades de llegar a la recta final de la contienda por la candidatura, pues legalmente no ha comenzado, pero en la práctica ya está en curso. Cada día, cada fin de semana, la joya de la corona está en juego.

Y para iniciados
Los partidos pequeños van por lo suyo. El coqueteo y los acuerdos, que seguramente se romperán, como suele suceder, deberán apresurarse. Para septiembre ya tendrían que presentar a sus dirigencias nacionales planteamientos para las candidaturas federales y la gubernatura. Sin embargo, sea lo que sea que propongan, todo va a depender de quien obtenga la candidatura presidencial, porque como sucedía en los tiempos hegemónicos del PRI, será entre el candidato y el presidente que se palomee a los elegidos. Si no se han dado cuenta, el sistema cambió de forma, pero no ha cambiado de fondo.

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