He sostenido en diversas ocasiones que el sistema político mexicano no ha cambiado de fondo, que la cultura política en México sigue siendo esencialmente la misma que se formó durante el siglo pasado y que los cambios propuestos por el presidente de la República, mismos que no ha logrado, no han estado encaminados a mejorar la calidad de nuestro sistema democrático, sino a la concentración del poder y al abaratamiento de los costos de la democracia.
Durante la época de esplendor del entonces hegemónico Partido Revolucionario Institucional fueron germinando movimientos sociales y políticos que cayeron en la cuenta de que el sistema necesitaba de controles para conservar el statu quo. Hubo mucha resistencia para aceptar los cambios que las oposiciones exigían al diseño de las instituciones, a las reglas de la competencia electoral, a poner límites a la intromisión de los gobiernos en los procesos electorales y al uso de recursos públicos o de proveniencia ilícita.
Con el tiempo, las élites del poder aceptaron incorporar reformas en diversos sentidos, desde 1977, justo en el inicio del gobierno del último de los más claros representantes del populismo priista, José López Portillo. Pero no lo hicieron por auténticas convicciones, sino porque la situación y el descrédito del sistema, democrático en la forma y autoritario en el fondo, era una realidad sabida dentro y fuera del país. Se requería oxigenarlo para darle mayor tiempo de vida y reducir los riesgos de un estallido social. Y así lo hicieron.
Las cúpulas del sistema estuvieron dispuestas a llevar adelante ciertas reformas, tratando que calcular que el control de los votos a su favor siguiera dándoles una mayoría relativa, aunque ya no la aplastante mayoría absoluta con la que contaban antaño. Y así fue, hasta que el control de las elecciones en 1996 dejó de estar en manos del gobierno, al dotar de plena autonomía al Instituto Federal Electoral.
Tanto así que, en la siguiente elección, la del 2000, el PRI perdió la presidencia de la República. De entonces para acá, todos los presidentes han buscado volver a tener el control, pero no lo han conseguido. Ni Andrés Manuel López Obrador ha podido dominar como lo hizo el PRI en sus mejores tiempos, pero vaya que lo ha intentado y lo seguirá intentando.
Se acerca ya el momento en que habrá de tomarse una determinación fundamental: la selección del la candidata o candidato de Morena a la presidencia de México. López Obrador dejó abierta la puerta a la posibilidad de alcanzar un acuerdo político para evitar la división al interior de su partido. Y aunque esa fuera la vía, de todas formas, podría haber una encuesta, que diera soporte a Andrés Manuel para apoyar a una de sus corcholatas.
La reconstrucción del sistema hegemónico no ha sido posible para el presidente, para ello necesitaría obtener la mayoría calificada en ambas cámaras del Congreso de la Unión en las próximas elecciones. Pero como la cultura política prevaleciente al interior de los partidos sigue siendo la misma, querrá tener en sus manos el nombramiento de su sucesor, aunque no necesariamente sea el que él quiera, sino el que más convenga a su proyecto político.
Y para iniciados
Desafortunadas declaraciones de Evelia Flores Hernández, la titular del SAPAC, muy de abogado metido al litigio en medios de comunicación, dando una conferencia de prensa sobre aquello que debe ser resuelto por los tribunales. Bastaba con anunciar que tomarán las medidas legales que correspondan, pero a quién le importa si ella o ellos se dicen sorprendidos y sienten desencanto.
Si le provoca molestia y preocupación, tal como lo dijo ayer, y si pide o no explicaciones al Fiscal Anticorrupción, sobre lo que llamó la “liberación parcial” del ex alcalde Francisco Antonio Villalobos Adán, es una cuestión de apreciaciones personales, y son expresiones inapropiadas para una funcionaria pública que parece estar evadiendo, echando una cortina de humo, sobre su incapacidad para resolver los graves problemas que padecen los ciudadanos de la capital por la falta de surtimiento eficiente de agua potable.
Y, ya de paso, en otro tema, ¿vieron la mañanera de hoy? Otra vez pan y circo, mucho, mucho circo. El populista haciendo lo que mejor sabe hacer, populismo, claro, y evadiendo responder por todas las corruptelas que se han ido descubriendo en su gobierno.
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