En la concentración convocada por Andrés Manuel López Obrador, con el pretexto de festejar un aniversario más de la expropiación petrolera, el pasado 18 de marzo, pudimos observar tres tipos bien definidos de asistentes. A saber: acarreados, políticos y fanáticos.
Aunque la mayoría de los que estuvieron presentes fueron acarreados, es decir, movilizados no por convencimiento o convicción propia, sino transportados incluso contra su voluntad y bajo amenaza de perder su empleo, sus beneficios o sus programas asistenciales, no son la parte que más me preocupa. Eso es lo que han hecho todos los gobiernos anteriores a los de la autodenominada cuarta transformación. Recuerden las presentaciones públicas y convocatorias masivas que hacía el PRI, partido del que Morena heredó todas sus mañas. En eso son iguales o hasta peores, porque ya nada más faltó el desfile militar para ser como las de Mussolini, Hitler, Castro o cualquier otro gobernante autoritario.
Otros, los acarreadores, fueron una mucho menor cantidad. Pero son los movilizadores, los políticos que se están jugando ya sea la permanencia en sus círculos de poder, buscando mayores prebendas o algún otro cargo público, al que coloquialmente llamamos hueso. De mayor o menor nivel, puede tratarse de un simple promotor de los programas sociales, un regidor o un aspirante a gobernador, no importa. Eso también es parte del ADN priista que los de Morena llevan en su sangre política. Tienen como denominador común que están en la búsqueda de sus intereses políticos y el pueblo al que acarrean no es para ellos más que la herramienta para hacer notar su capacidad de convocatoria. La verdad es que van por lo suyo, hay que decirlo con toda claridad. Usan al pueblo para su beneficio personal y político.
Los menos, pero más preocupantes y riesgosos para la estabilidad y la paz social de México, son aquellos a los que llamamos fanáticos. Sí, esos que, por ejemplo, prendieron fuego a un muñeco que emulaba a la presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, gritaron consignas contra su vida y mostraron extrema intolerancia, odio y resentimiento. Todo ello producto de los ataques, injurias y denostaciones que ha expresado López Obrador en sus mañaneras, de su campaña contra las instituciones que no se han dejado someter a sus designios, que no hacen lo que él quiere y como él lo quiere. Claro que no se hizo ni se hará responsable de aquello que pudiera pasar. Porque, aunque sean pocos, queda claro que sí son peligrosos, tanto estos fanáticos de izquierda, como lo son también los fanáticos de la derecha.
El fanatismo es mucho más que un concepto con el cual se ha definido la defensa o la promoción de una religión, una ideología o un deporte con un apasionamiento desmedido. Cuando ese fanatismo se desborda se asoma la irracionalidad y la idolatría. Individuos y masas enceguecen, llegando a grados de perturbación peligrosos, extremos. No es un tema menor, digamos, puede ser el caldo de cultivo para enfrentamientos trágicos en la sociedad. Eso es lo que vimos el sábado pasado y debe ponernos en alerta, no seguir el juego ni de Andrés Manuel ni de sus opositores, sino formar nuestro propio criterio, no dejarnos llevar por las ideologías.
En una siguiente ocasión, comentaré sobre las características del individuo fanático, pues hay mucha diferencia entre aquel que defiende convicciones, valores y principios con el que a ciegas cree y defiende, completamente enajenado.
Y para iniciados
Hoy el presidente volvió a descalificar el informe sobre derechos humanos de los Estados Unidos. De plano dijo que son mentiras, politiquería, que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Y no le falta razón. Estados Unidos juzga a los demás y no es autocrítico. Pero, tan es politiquería lo que hacen los gringos como lo que hace él, insultando, burlándose, llamando a la división y al odio entre mexicanos. López Obrador se lanza contra los gringos, pero le da miedo la respuesta que puedan darle: dice, con todo respeto, en plan de amigos, pero arremete contra cualquier persona o institución que muestre evidencia de que miente.
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