PERSPECTIVA, por Marcos Pineda.

En una conversación con un destacado miembro de la oposición izquierdista de los noventa, rumbo al proceso electoral de 1991, cuando se discutían los perfiles para las designaciones de candidatos a puestos de elección popular que pudieran hacer frente al poderoso partido hegemónico, el PRI, que había logrado tres años antes retener la presidencia de la República, bajo severos señalamientos de fraude y manipulación del programa de resultados electorales, salió el tema de la correlación de fuerzas.

La plática se desarrolló en la cafetería de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, ámbito naturalmente propenso para sostener y fundamentar académicamente las posiciones políticas. A pesar de la derrota que sufrió la oposición en su conjunto en 1988, a manos de un aparato de Estado en el que no existía línea divisoria entre el partido oficial y el gobierno al que servía, los ánimos, la esperanza de que pudiera librarse una batalla democrática, generando candidaturas competitivas, que abonara a la transición a la democracia en México, era una realidad.

Ya se imagina usted el brete conceptual en que se hallaba la izquierda mexicana, atomizada tanto en grupos y corrientes, como en pensamientos y conceptos. Cuestión que, por cierto, no ha cambiado al paso de los años. Se pusieron en la mesa, desde los planteamientos más radicales, basados en el internacionalismo socialista de León Trotsky, hasta las eclécticas propuestas de Norberto Bobbio y su alumno más destacado, Michelangelo Bovero, pasando por las posiciones críticas hacia lo que llamó Rudolf Bahro como el socialismo realmente existente.

El debate de fondo era cómo lograr candidaturas competitivas, a quiénes de entre los nombres que se barajaban había que apoyar. Entre la lluvia de conceptos y teorías, el referido personaje, llegado su turno de intervenir, se descartó como posible candidato y nos compartió sus razones. La más importante, dijo: no me favorece la correlación de fuerzas.

Cualquiera de los presentes se habría imaginado que vendría una sesuda explicación del concepto. Pero no, nos dio una cátedra de la política real en pocas palabras. Preguntó: ¿ustedes saben qué es en la práctica la correlación de fuerzas? Y, sin dar tiempo a que alguno de los presentes, de esos que se sentían intelectuales e ideólogos socialistas saliera con otra larga charla teórica, afirmó que la correlación de fuerzas no es otra cosa que cuántos recursos propios, ajenos, materiales y humanos se tienen para ponerlos a trabajar en la obtención de votos. Terminó, diciendo antes de despedirse cordialmente, “con mi imagen de profesor universitario no me alcanza, pero cuenten con mi voto para quien decidan apoyar”.

Si bien es cierto que las olas de votación llevaron a triunfos colaterales de algunos candidatos que no invirtieron mayor cosa en sus contiendas, son los menos de los casos. Al contrario, sobre todo en elecciones locales, ha quedado demostrado, una y otra vez, que quienes cuentan con eso a lo que este personaje llamó “correlación de fuerzas”, han logrado imponerse a los candidatos oficiales.

La elección que viene, sobre todo para los opositores al régimen actual, tendrá mucho que ver con quién trae qué a su favor. En consecuencia, con todo y encuestas a favor de uno u otro, nadie puede decir que la tiene ganada. Dependerá de la correlación de fuerzas.

Y para iniciados

Los que hablan al oído de López Obrador ya están valorando qué tanto conviene si ya solicita (ordena) a Cuauhtémoc Blanco su incorporación a las campañas electorales que comenzarán en abril. Tendrán que cuidar muy bien quién se podría hacerse cargo de la gubernatura por el resto del sexenio. Los nombres comenzarán a sonar y no será difícil que cualquiera de ellos acepte, porque para solucionar sus vidas, no necesitan de más de un año administrando el presupuesto de alrededor de 34 mil millones de pesos, la obra pública y las relaciones que esa silla genera. 

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