Perspectiva
Por Marcos Pineda
La transformación de Morena para convertirse en el nuevo partido hegemónico está casi completa. A diferencia de su primera participación electoral en el año 2015, cuando representaba un movimiento social, plural, incluyente, de izquierda, ahora se perfila como un instituto político cuya principal finalidad es conservar el poder: pragmático, vertical y excluyente.
La primera señal clara de su propia transformación fue la ausencia de voces críticas al interior de su tercer Congreso Nacional y la incorporación de personajes que nada tienen que ver con las luchas populares y los movimientos sociales, sino con la búsqueda de beneficios y canonjías, a costa del servicio público y la representación popular.
La verticalidad ha sido muy bien entendida y procesada al interior del partido liderado en la práctica no por Mario Delgado Carrillo, sino por su fundador, Andrés Manuel López Obrador, pues no ha habido nada, nada, que se haya hecho en forma diferente a su opinión y dictados. La fórmula mágica para destrabar conflictos y supuestos acuerdos, que en realidad son imposiciones, es decirle a los inconformes, al más puro estilo del PRI: “el presidente quiere”, “el presidente opina”, “el presidente tiene el compromiso de…”
López Obrador no necesita asistir al Congreso para que se haga su voluntad. Goza de lo que llamó Jorge Carpizo McGregor como facultades metaconstitucionales, que lo hacen ser el líder máximo de Morena, sin que eso sea cuestionado, sin que nadie se atreva a señalar lo contrario, con todo y que tenga licencia como militante. Luego de todo lo sucedido al interior de Morena, después de su avasallador triunfo electoral en el 2018, ha quedado claro que, si el presidente asiente o consiente, para los demás es de imperativo cumplimiento. Ya lo había dicho ante las primeras críticas: pidió lealtad a ciegas en septiembre de 2020, y es precisamente lo que ha recibido, con la lógica consecuencia de contar con colaboradores y simpatizantes que caminan así, a ciegas.
Morena entró a su laberinto. Salir del mismo, a ciegas, no será posible. El único que ve, que se abroga el rumbo, el cambio de opinión, es el presidente. La apuesta de Andrés Manuel, quien ya dejó un testamento político, como lo hizo Chávez, es que el peso recaiga en quien pueda continuar, conservar el poder, con la misma verticalidad. Eso abre la puerta en la sucesión presidencial a su compadre, Adán Augusto López Hernández, ya sea ganando la encuesta o inhabilitando, de alguna manera, a sus adversarios. Y para que eso pueda ser posible necesitan cambiar las reglas del juego a modo. Echar para atrás todas las limitaciones que impuso la ley al abuso del poder, a la intromisión del Estado y de los poderes fácticos en los procesos electorales. Por eso, la urgencia de la reforma electoral. De otro modo seguirán siendo evidentes las violaciones a las leyes, los reglamentos, los estatutos, las convocatorias y todo cuanto hoy pone freno a los acuerdos que los violan.
Y para iniciados
Al interior del grupo de seguidores de Rabindranath hay temor. Parece que lo que pudo haber tenido de control de liderazgos y estructuras lo está perdiendo, al igual que su influencia en Palacio Nacional. Tras el espaldarazo de Mario Delgado a Ulises Bravo Molina la correlación de fuerzas está cambiando. Junto con los recién llegados a Morena también hay históricos que ya están pasando al otro bando. Si no hay señales en contra, que al momento no las hay, los incentivos de los Rabines serán cada vez menores y terminarán abandonándolo.
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