Por Marcos Pineda
Dicen: «si camina como pato, tiene pico de pato y grazna como pato pues es un pato«.
Pero eso no es necesariamente aplicable a la política. Sobre todo, cuando es entendida como el arte de la lucha por el poder. Un juego suma cero, donde lo que uno gana todos los demás lo pierden. Ayer dio inicio formal y solemne el segundo año de la LV Legislatura local y no hubo cambios en los órganos internos del Congreso. Las posturas de las fracciones y los grupos parlamentarios no aportaron nada nuevo. Confirmaron lo que ya sabíamos. Unos están ahí para la defensa y promoción de los intereses del grupo en la administración estatal y otros en la búsqueda de condiciones para sostener y, si en el futuro se puede, aumentar el tamaño de sus rebanadas del pastel electoral.
Claro que para ello requieren de llamar públicamente a la unidad, la solución consensuada de las diferencias y el trabajo por el bien del pueblo que los eligió. Pero sus discursos suenan vacíos, pobres, faltos de talento, experiencia y oficio político. Lejos están los tiempos de parlamentarios con alto nivel, más cercanos a lo que llamamos en la Ciencia Política la “representación sustantiva”, que pusieran en el centro del debate los intereses del pueblo en su conjunto.
Y me refiero a ex legisladores de la talla de Rodolfo Becerril Straffon, José Luis Correa Villanueva, ambos lamentablemente ya fallecidos, Juan Salgado Brito, Jorge Messeguer Guillén y Ricardo Dorantes San Martín, cuyas trayectorias pueden ser cuestionadas, pero que definitivamente no podrían ser obviadas ni menospreciadas. Las formas en que se presentan las crisis de la representación política han sido objeto de investigaciones profundas y serias. Con el paso del tiempo ha quedado claro para los politólogos que no se resuelven por decreto ni por la generación de acuerdos coyunturales. Cuando un sistema político las sufre suelen permanecer por largo tiempo. Y para vencerlas hace falta una reforma al propio sistema.
Mientras ese sistema de representación continúe intocado seguirán reproduciéndose escenarios de divisiones, parálisis legislativa o falta de acuerdos, en lo menos. Y en lo más, las tentaciones autoritarias, patrimonialistas, el engaño y la traición al pueblo que dicen representar. Y eso vale tanto para lo local como para lo nacional, porque en ambos ámbitos la esencia del sistema político y de representación sigue siendo la misma.
Por tanto, sí, efectivamente hace falta una reforma política. Pero no pensada solamente en términos de ahorro de recursos públicos, sino mucho más allá. Que contemple los mecanismos de participación ciudadana, de acceso al poder, de la función y evaluación del desempeño de los servidores públicos y representantes populares y muchos temas más, que una reforma electoral dejaría fuera. Aunque, dudo que esta Legislatura sea capaz siquiera de vislumbrar este escenario.
Y para iniciados
«Una vez presentado el cuarto informe del querulante López Obrador, inicia la etapa más complicada. La problemática rebasa la discusión sobre qué tanto miente o maquilla acerca de los resultados de su gestión o de si la confianza en sí mismo y del pueblo a su proyecto es tal que la oposición seguirá derrotada en las urnas. Esta última tercera parte de su mandato será recordada por su radicalización, con consecuencias que enfrentarán los próximos gobiernos y sufrirán las siguientes generaciones. Si no me cree, toquemos de nuevo el tema en tres años y ya verá».
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