Perspectiva Electoral
Por Marcos Pineda

Las formas que se han ideado para cometer fraudes electorales en México y en algunos otros países son muy variadas. En cualquier caso, un fraude electoral, aunque no se logre cometer, el mero intento de llevarlo a cabo, resulta reprobable, condenable, y en diferentes legislaciones del mundo se establecen sanciones, incluso de tipo penal, para quienes lo perpetren o se propongan hacerlo.
Un fraude electoral consiste en impedir, anular o modificar de manera indebida los resultados de un proceso electivo, ya sea a través del incremento de la votación hacia alguno de los candidatos o partidos o la disminución de los votos que hayan obtenido sus rivales. A veces, han llegado a ocurrir ambos al mismo tiempo.
De país en país, suele haber diferencias entre lo que se considera legal o ilegal en un proceso electoral, pero en todos se establecen normas dirigidas a cumplir con el espíritu fundamental de la democracia: que los gobernados elijan libremente a quienes los habrán de gobernar y decidan la forma en que quieran ser gobernados.
También hay democracias en las que se distinguen actos que pudieran no ser ilegales, pero sí son considerados inmorales como, por ejemplo, la indebida intromisión de los gobernantes a favor o en contra de candidatos o partidos políticos. Entre las acusaciones de fraudes electorales que más han llamado la atención en el mundo se encuentran: el “turismo político” en la España de 1976 a 1923; el “fraude patriótico” en la elección Argentina de 1937; la elección de la asamblea constituyente de Venezuela en 1952; la “caída del sistema” en la elección presidencial de México en 1988; la demostración del fraude electoral en las elecciones de la todavía comunista Alemania, en 1989; y, recientemente, en el 2017, con el gobierno de Nicolás Maduro, poniendo a operar a todo el aparato del Estado para favorecer a sus candidatos, cometiendo así una intromisión inmoral e ilegal del presidente venezolano en las elecciones.
Esos son fraudes de los que hay evidencia histórica, pero hay más casos, tanto de fraudes probados como de acusaciones, con mayor o menor sustento en cada caso, pero los hay. Y los mismos se han dado en mayor cantidad y severidad en países latinoamericanos y en gobiernos con líderes autoritarios, ya sean de izquierda o de derecha, progresistas o conservadores. El distintivo es la existencia de un líder autoritario que desea conservar el poder y utiliza los recursos del Estado para su propósito.
Por todo lo anterior, llaman poderosamente la atención las declaraciones del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, cuando en su gira de la semana pasada se pronunció por “mandar al carajo los fraudes electorales”. Para AMLO, en México no había democracia hasta que él llegó a presidente, aunque olvida que fue electo democráticamente para gobernar la Ciudad de México, de 2000 a 2006, y que los triunfos electorales de su entonces partido, el PRD, fueron respetados y avalados por las autoridades electorales. Es cierto que, en muchas, pero muchísimas ocasiones, los gobiernos en turno han tenido una intervención indebida en los procesos electorales, lo que también constituye una forma de fraude electoral. Pues bien, ya que en estos más de dos años de gobierno ha mostrado ser, de manera magistral, un excelente demagogo y mentiroso, no vemos manera de que desista en su intención de seguir usando el poder del Estado para influir en el proceso electoral de este año.
Los 30 millones de votos con los que ganó le dan el derecho a ocupar la silla presidencial, pero no a utilizar los recursos del gobierno para influir en las elecciones, y no solamente se trata de los económicos, sino de los mediáticos, que le son inherentes a la figura del Ejecutivo. Los opositores de Andrés Manuel, que son más de 30 millones de atomizados y divididos inconformes con su régimen, harían muy mal en dejar de insistir en que se impida al presidente que continúe con la propaganda política y los ataques a sus adversarios, dentro de sus conferencias de prensa mañaneras. No porque sea el presidente puede estar por encima de las leyes electorales, al contrario, si de verdad quiere transformar al país para bien, debería ser un ejemplo al acatarlas. Y si comete ilícitos también tendría que ser debidamente señalado y sancionado. Aunque, en lo personal, no creo que su ego autoritario se preste para ello.
Y para iniciados
Le enviamos nuestros mejores deseos al presidente de la República para su pronta recuperación. No le deseo mal ni a él ni a nadie. Todo lo contrario, ojalá sane pronto, por su bien y el de la Nación. El presidente está enfermo de COVID-19, aunque, según él mismo lo dijo, siguió las recomendaciones de Alcocer y de Gatell. Mejor usemos cubrebocas, gel, lavado de manos, caretas, mantengamos distancia y demás, porque al presidente le fallaron las recomendaciones de Gatell, sus estampas del “detente” y su fuerza moral. De todas maneras, está enfermo y nuestro país necesita un presidente saludable. Hagamos votos porque recupere pronto su salud.
Excelente inicio de semana.
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