Perspectiva Electoral
Por Marcos Pineda
Quizá la palabra “chantaje”, en términos generales, suene de por sí muy fuerte para usted. Sin embargo, ha tenido una larga utilización dentro de la ciencia política, un extenso uso para fines del análisis acerca de qué ocurre en la realidad, en la vida práctica de los procesos políticos, en general, en la gestión de gobierno, en lo particular, así como en los sistemas electorales.
Varios autores, al paso de los años, entre los que podemos destacar a Sartori, en su estudio de los partidos, a Taagepera, cuando analizó los sistemas electorales, o Przeworski, en sus relevantes investigaciones sobre las democracias contemporáneas, incluyeron el tema de la capacidad de chantaje de los partidos políticos como un factor que, bajo determinadas circunstancias, puede ser definitorio en la correlación de fuerzas en la política y, particularmente, en la construcción de acuerdos legislativos y electorales.
El ánimo que tenemos los politólogos en la utilización del concepto de “chantaje” no es peyorativo, aunque así suele sonar en la vida cotidiana, puesto que nadie se sentiría a gusto si se siente objeto de algún tipo de chantaje. No obstante, es a través del chantaje como se logran dirimir las diferencias para facilitar los acuerdos políticos y electorales, entre fuerzas que tienen intereses comunes, pero también, al mismo tiempo, otros opuestos.
En síntesis, la capacidad de chantaje de los partidos políticos consiste en la magnitud de sus posibilidades para presionar a sus adversarios, con el fin de llegar a un acuerdo para la obtención de algún tipo de beneficio, misma presión que incluye la posibilidad de afectar los intereses de la parte presionada si se niega a ceder en las negociaciones. El chantaje entre los partidos regularmente proviene de los minoritarios hacia los mayoritarios, por la necesidad que en algún momento llegan a tener estos últimos de construir alianzas, más o menos duraderas, con objetivos específicos, a veces llamadas “coaliciones estables”.
Así es cómo los minoritarios obtienen posiciones y privilegios a los que, de ir solos, no habrían podido acceder. Eso es algo que sucede con regularidad en los sistemas electorales, y por lo regular también, los mayoritarios están dispuestos a ceder en las negociaciones cuando prevén posibilidades de no poder alcanzar sus objetivos si faltan las alianzas que consideran pertinentes.
Lo sorprendente sucede cuando el mayoritario, sin necesidad de la alianza con el minoritario, se deja chantajear y cede ante presiones que podría obviar. Y la relación se invierte: resulta que el mayoritario es quien tiene que hacer uso de su capacidad de chantaje.
Tal es el caso del problema que tiene ante sí el Partido Encuentro Social (PES) en su afanosa búsqueda de una alianza electoral con Morena. Sin problema, Morena podría ir sin el PES en las elecciones del 2021, porque electoralmente ese partido minoritario no le suma ni votos ni imagen pública, quizá hasta, por el contrario, se los reste. Y ahora, cuando el PES está tratando de usar su capacidad de chantaje, para lograr una alianza de la que puede depender hasta la conservación de su registro, la correlación de fuerzas se invierte, y resulta que las bases de Morena son las que tienen necesidad de hacer uso de su capacidad de chantaje para evitar una alianza que a todas luces les sería perjudicial.
¿Quién ganará en la estira y afloja? Todo dependerá de la capacidad de chantaje que ejerzan los involucrados. Lo más fuerte de las presiones de ambos bandos, está por venir. Pero de que a Morena no le conviene la alianza, no le conviene.
Y para iniciados
Pareciera que los vaticinios sobre la marginación política del expresidente municipal, exsenador y exdirector del banco del Bienestar, Rabindranath Salazar, se estuvieran cumpliendo. No aparece, no se lee ve y no se le escucha. Y como decía José Ortega y Gasset, los vacíos se llenan, y ese vacío que está dejando en el actual proceso electoral ya lo están llenando otros actores políticos. Veremos si aparece públicamente pronto o no.
Excelente jueves.
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