Por Miguel Ángel isidro
La elección presidencial de 2018 tuvo, entre muchas otras , dos consecuencias notables y directas: la consolidación de Andrés Manuel López Obrador como el más importante liderazgo de la centro izquierda mexicana en el siglo XXI, y la pulverización del resto de las fuerzas políticas, hoy constituidas en oposición al proyecto político de la llamada Cuarta Transformación.
A diferencia de las dos ocasiones anteriores en que contendió por la primera magistratura del país, en las que fue postulado por alianzas políticas encabezadas por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), en éste tercer “turno al bat” Andrés Manuel López Obrador fue postulado por un instituto político de su propia creación: el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Fundado en 2011, y reconocido oficialmente como partido político en 2014, Morena es, como su nombre lo indica, la suma de un conjunto de movimientos y organizaciones políticas y civiles que tuvieron como primer y fundamental objetivo llevar a AMLO a la Presidencia de México. Como fundador y líder de Morena, López Obrador tuvo una significativa ventaja frente a sus oponentes en la elección presidencial de 2018; no sólo por estar siendo postulado por tercera ocasión al cargo, sino porque en calidad de vocero principal de su movimiento, contó con los espacios mediáticos y las prerrogativas económicas para apuntalar su candidatura.
A diferencia de otros candidatos, que enfrentaron los candados legales impuestos a funcionarios y representantes de cualquiera de los tres poderes, AMLO pudo tener acceso a espacios mediáticos y recursos económicos oficiales-vía financiamiento público a Morena- para promover su imagen a lo largo y ancho del país.
A su llegada al poder, en un tiempo récord para una fuerza política emergente, Morena enfrenta dos retos importantes: la consolidación de su vida institucional interna, y, sobre la marcha, construir nuevos liderazgos, pensando en refrendar en 2021 el arrollador triunfo obtenido en la pasada elección presidencial, y por otra parte, aunque parezca prematuro, dar paso a una nueva figura que permita dar continuidad a su proyecto político en 2024.
Es evidente que la popularidad de AMLO, primero como candidato y ahora como Presidente representa el más importante- y de hecho el único, dirían sus detractores- activo electoral de Morena. Y a su sombra se han cobijado una serie de personajes que de ninguna otra manera tendrían probabilidades de figurar en la escena pública, y mucho menos alcanzar un cargo de elección popular.
Al interior de Morena convergen toda suerte de figuras políticas: tránsfugas del viejo PRI, cuadros que “convenientemente” saltaron del barco del PRD en pleno proceso de hundimiento, liderazgos sociales y hasta figuras de la farándula y el deporte que sumaron su exposición pública -buena o mala- para treparse al tren de la “Cuarta Transformación”.
Hay que decirlo: a nivel de su vida institucional interna, Morena es un desastre. No hay claridad en su plataforma política, sus métodos internos son poco transparentes -y si no vea usted el encontronazo entre Martí Bartres y Ricardo Monreal por el control del Senado- y conforme avanza el sexenio, cada vez va siendo menos claro donde comienza el partido y donde termina el gobierno.
En días recientes, y a propósito del desencuentro de sus cuadros y liderazgos en el marco de sus procesos internos -renovación de coordinadores en sus bancadas y la propia elección de su dirigencia nacional- en Presidente López Obrador lanzó una severa advertencia: “Si Morena se corrompe, renuncio y pido cambio de nombre”.
En el marco de sus tradicionales conferencias mañaneras, AMLO hizo referencia a los enfrentamientos internos que han comenzado a aflorar en el partido que lo llevó a Palacio Nacional: “Les vamos a recomendar, de manera respetuosa, que mantengan ideales y principios (…). Quiero dejarles claro que luchamos muchos años para que no se usara el gobierno a favor de ningún partido, fue una lucha de siempre”.
Ciertamente, el Presidente tiene autoridad suficiente para hablar así del proyecto político de su creación. Al final del día, más allá de los recovecos estatutarios, AMLO sigue siendo el fiel de la balanza en Morena; alfa y omega. Toda decisión importante pasa por su fuero. Aunque se empeñen en hacer creer lo contrario.
Como ya lo hemos apuntado en entregas anteriores, habida cuenta de lo raquítica, desprestigiada y desorganizada que se encuentra su oposición (un PRI impresentable, un PAN sin brújula y un PRD en vías de autoinmolarse para dar vida a una entelequia llamada “Futuro 21”, que dicho sea de paso, nació muerta, pero ése ya es otro análisis-, el verdadero riesgo de colapso para una fuerza política mayoritaria como Morena proviene desde el interior.
Se acerca la elección intermedia, y con ello los naturales apetitos de continuidad o el impulso de la muy mexicanísima “meritocracia” abrirán sin duda nuevos frentes de disputa entre quienes apoyan sinceramente el proyecto de la 4T y quienes quieren aprovecharse de la elevada popularidad de AMLO para mantenerse dentro de las esferas de poder, y lo que es más importante para ellos, en las nóminas oficiales.
Y después de ello, vendrá sin duda el reto más complicado para el Presidente en la segunda mitad de su mandato: operar su propia sucesión sin dejar de atender sus compromisos como mandatario, pero tampoco como líder de un movimiento político de gran arrastre.
El escenario no pinta sencillo. Por eso valdría la pena preguntarse, aunque parezca prematuro: para Morena, ¿habrá vida después de AMLO?
Veremos y comentaremos.
Twitter: @miguelisidro