Por Francisco Hurtado Delgado
Magistrado del Tribunal Electoral del Estado de Morelos
Con frecuencia en reuniones sociales o políticas surgen varias preguntas, entre ellas destacaría las siguientes: ¿Por qué las autoridades que elegimos, ya sean oriundas o avecindados del estado o municipio, en ocasiones no resultan lo que espera la ciudadanía de ellos? ¿Será una garantía que las autoridades por su residencia de la cual han sido postuladas como gobernantes, sea condición para ser buenos servidores públicos? Tomando en cuenta que lo requerido por la norma constitucional no entraña sino la constatación de una situación de hecho, en otras palabras, que alguien viva realmente en determinado lugar por un tiempo determinado, es decir, lo que importa es la observancia de la disposición normativa.
Francisco Zarco en su obra “Historia del Congreso Constituyente de 1857” propone abolir el requisito de residencia, en virtud de que en una verdadera democracia todo ciudadano es elector y elegible, por lo que consideró antidemocrática la restricción. Además, destacó que la residencia es una cultura accidental que cambia por circunstancias ajenas a la voluntad, y que por sí sola no da ciencia ni patriotismo. Parece injusto que un Estado no pueda nombrar a uno de sus ciudadanos que le haya prestado buenos servicios, solo porque reside en otro estado, o que no pueda depositar su confianza en el hombre de cuya capacidad se promete buenos resultados.
Ha quedado demostrado que las autoridades electas sean o no residentes, vecindad u oriundez del lugar al que se postularon, no es una garantía que resulten excelentes autoridades, sin desestimar el espíritu del legislador que lo estableció en las respectivas leyes y códigos, es porque en teoría se supone que deben conocer el territorio, la idiosincrasia, la cultura, costumbres y usos de los lugares por los que se postulen; pero más allá de la residencia u oriundez sea o no del lugar que gobierne, lo principal que deben cumplir en el perfil, son los valores como la honestidad, respeto, prudencia, actuar con ética, valentía, sin distinción, cumplir su palabra, compromiso con la sociedad y una verdadera convicción y vocación de servir al público.