LA LEY DE HERODES
Por Miguel Ángel Isidro
Se cumplieron ya 25 años de un hecho que marcó uno de los más negros episodios de la historia del México contemporáneo.
El asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República, sacudió al sistema político y tuvo consecuencias no sólo al interior del entonces “partido aplanadora”, sino en el futuro inmediato de personajes clave de nuestra escena política.
¿Usted recuerda cómo se enteró, donde se encontraba al momento del atentado contra Colosio, esa fatídica tarde del 23 de marzo de 1994?
Le comparto mi historia personal.
En marzo de 1994, acababa de concluir mi permanencia de casi dos años en la redacción del periódico El Financiero edición Morelos, donde fungí en los últimos meses del proyecto como reportero de la fuente política.
Después de que la dirección central del diario decidiera cerrar algunas de sus ediciones locales por problemas de tipo económico, tuve algunos días de receso, mientras me mantenía en la búsqueda de una nueva oportunidad laboral en los medios.
Residía en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, entidad en la que ese mismo año se celebrarían elecciones locales.
El 23 de marzo de 1994 acudí a la invitación de unos amigos para una fiesta de cumpleaños, en un departamento de la avenida Jesús H. Preciado, en el barrio de San Antón de Cuernavaca.
Al encontrarme en periodo de “descanso forzado” y fuera del ajetreo normal de la cobertura de las fuentes y la redacción acudí en ningún problema al convivió en esa calurosa tarde de marzo.
En ese entonces, el que esto escribe tenía 22 años de edad, y a la par de la labor reporteril, cursaba el tronco común de la carrera de Periodisno en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, en el Sistema de Universidad Abierta.
La campaña de Luis Donaldo Colosio navegaba entre altibajos. El fin de semana anterior, la revista Proceso había dedicado su reportaje de portada a los múltiples yerros y dificultades de la campaña que, a juicio del semanario considerado por muchos como la “fe de erratas del sistema político nacional”, en términos llanos, simplemente no levantaba.
Colosio enfrentaba el acoso del entonces Comisionado para La Paz en Chiapas, Manuel Camacho Solís y los incendiarios discursos del Subcomandante Marcos. En el aire flotaban rumores sobre un posible cambio de candidato por parte del PRI. Eran los días posteriores al polémico discurso de Colosio durante el aniversario del PRI, que para muchos observadores marcó su ruptura con el todavía presidente Carlos Salinas.
Nuevamente en el terreno personal, apenas unos días antes había recibido una llamada telefónica de la siempre inquieta jefa de Comunicación Social del Congreso de Morelos, que en ese tiempo era la licenciada Patricia Lavín Calderón.
-“Miguel, te voy a pasar a mi jefe, quiere hablar contigo”…
Al otro lado de la línea escuché la voz del diputado Alfonso Sandoval Camuñas, quien recientemente había sido “destapado” como precandidato del PRI a la Presidencia municipal de Cuernavaca.
-“Miguelón… supe que se cerró el periódico … le pedí a Paty que por favor te localizara… queremos invitarte a colaborar en la campaña. Ella se pondrá en contacto contigo en estos días; aprovecha y descansa porque después vendrá una buena chinga”…
No recuerdo exactamente con qué palabras respondí, pero tras agradecer el llamado, sólo atiné a preguntarle a Poncho Sandoval el motivo de mi nominación, tomando que era considerado dentro del grupo de reporteros “no afines” a la línea oficial, incluso en la cobertura del congreso local que él dirigía…
-“Pues por eso, maestro, porque queremos gente que nos ayude, ¡no gente que se haga pendeja!”…
Así de desenfadado era el estilo de Sandoval Camuñas, un buen hombre que gobernó Cuernavaca de 1994 a 1997, trienio en el que me dio la oportunidad de acompañarlo en su equipo como jefe de Prensa. Muchos pensamos que Poncho pudo haber sido gobernador de Morelos, pero lamentablemente un infarto nos lo arrancó de este mundo en enero de 1998, cuando fungía como diputado federal y su carrera política seguía en pleno ascenso.
Pero nos estamos adelantando a los hechos.
El 23 de marzo de 1994, ya en la sobremesa del convivio al que hacía referencia en párrafos anteriores, la algarabía se interrumpió cuando alguien que venía llegando comentó:
-“¡Venía en un taxi, y en la radio acaban de comentar que hubo un atentado contra Colosio!, ¿no escucharon nada?”
Del asombro siguió el escepticismo. Y de ahí, la reacción inmediata al encender la televisión y hacer zapping hasta encontrarnos con un reporte especial dando escuetos datos sobre el ataque, perpetrado en una colonia popular de Tijuana.
La fiesta terminó con todos los asistentes mirando el televisor, atónitos, sin dar crédito a lo que se informaba. Eso sí, todos con trago en mano.
Del grupo que departía en esa reunión, era el único que se dedicaba al periodismo. Me invadía cierta sensación de impotencia, puesto que en ese momento no me encontraba laboralmente activo. Sentía el cosquilleo de querer estar en una redacción recabando datos, cruzando llamadas, buscando reacciones.
Por supuesto que no estábamos en estos tiempos de comunicación personalizada y redes sociales. Pedí prestado el teléfono del departamento y marqué apresuradamente el número celular de Paty Lavín (en aquél tiempo escasamente los funcionarios de primer nivel contaban con esos aparatos del demonio):
-Paty, ¿qué onda con lo de Colosio?
-Nos estamos enterando, Mike. Está muy grueso el asunto…
-¿Qué dice Poncho? ¿Ésto no afectará el inicio de su campaña?- cuestioné, ya en tono de reportero.
-Para nada, Miguelón. El diputado está atento a los hechos, pero esto no cambia los planes. Sólo mantente al pendiente y localizable”- respondió Paty al tiempo de despedirse.
Como es sabido, horas más tarde fue confirmada la muerte de Luis Donaldo Colosio, por parte de una nerviosa Talina Fernández, a quien un entonces todopoderoso Jacobo Zabludowsky regañó al aire en cadena nacional, exigiéndole casi que se metiera al micrófono para confirmar la noticia de voz de los propios médicos u obtener más reacciones.
Ésa fue mi experiencia personal de esa agitada tarde, después de la cual, efectivamente, México no volvió a ser el mismo.
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A dos décadas y media de distancia, en la parte oficial se continúa sosteniendo la hipótesis del asesino solitario, personificado en la figura de un Mario Aburto Martínez , que en el imaginario colectivo y tras los años de reclusión cada vez se nos asemeja menos al hombrecillo de tez morena y bigote ralo que apareció en todos los medios con la frente manchada de sangre al ser detenido en Lomas Taurinas. Lo cierto es que en el juicio popular sigue pesando la sombra de un asesinato con fines políticos y operado desde las altas esferas del poder.
Hay todavía muchas cosas por aclarar, y es probable que sin el cruel sacrificio de Colosio, la historia de los últimos cuatro sexenios no hubiera sido la misma.
¿Será posible, que algún día, la historia le haga justicia a Colosio?
Twitter: @miguelisidro