Por Dagoberto Santos Trigo

Si el surrealismo, como movimiento literario y artístico, busca la representación de realidades que parecen absurdas, fantásticas y oníricas.

¿Qué más absurdo, ilógico e irracional que el statu quo vigente en México? ¿Qué más absurdo que la injusta desigualdad social imperante? ¿Qué más absurdo que la interpretación de la política y el significado atribuido al espacio público en nuestro país?

Imágenes de contraste pululan en nuestra sociedad: gatos de angora paseando en yates privados contra perros callejeros que deambulan sin control ni hogar; mirreyes disfrutando de las bondadosas herencias contra niños limpiaparabrisas en los semáforos de las urbes mexicanas.

Otros retratos: representantes populares con prestaciones superlativas contra profesores de educación básica de zonas rurales que apenas sobreviven ante la pérdida histórica del poder adquisitivo; estantes repletos de artículos, pero imposibilidad de comprar la canasta básica ante la insuficiencia del salario mínimo.

Pasajes igual de desconcertantes, en todos los rincones de nuestro país. La civilidad hecha añicos. Los valores sociales desterrados de la vida privada y más aún de la pública.

Soledad tecnológica; individualismo exacerbado; reglas de conducta y urbanidad tiradas a la basura; juventud competente relegada por contar con mérito, pero no con padrinazgo; desapariciones forzadas e infravaloración de la vida humana misma; pérdida de la confianza ante la búsqueda del interés egoísta.

Otras realidades: sueños frustrados, vidas apagadas por la codicia, la envidia, la brutalidad y la infamia; personas que saben leer y escribir, pero analfabetas por no comprenden los textos leídos; todo cabe en México. ¿Y la política? ¿Y el quehacer político y los sujetos que viven de ella en lugar de para ella?

En el imaginario popular, al político se le cataloga como un sujeto privilegiado, un tramposo, un ser elitista, un afortunado, un mentiroso, una persona no confiable, un ser que ha tenido la suerte de estar con el padrino o madrina adecuados en el momento justo.

De las categorías de lo social, el político mexicano carece de reconocimiento y es vilipendiado al registrar los últimos lugares en la escala de confianza.

¿Por qué hemos llegado hasta aquí? ¿Cuáles son las razones de la infamia? ¿O acaso tendrán razón?

La política en México es concebida, grosso modo, como una oportunidad para salir de los males personales; como un campo virgen para el saqueo o para implantar el sistema de botín; como una extraordinaria manera de superar las adversidades económicas.

Así ha sido visto por tirios y troyanos; por patricios y plebeyos; por güelfos y gibelinos; por jacobinos y girondinos; por quienes dicen comulgar con el socialismo y quienes aman la libertad a ultranza.

No es un tema baladí. En nuestro país resulta urgente reflexionar sobre la actividad política y sus consecuencias. O la ausencia de ella en el espacio público. Necesitamos políticas y políticos profesionales; requerimos de menos grillas y grillos y más seres que se interesen, de verdad, por la resolución efectiva de nuestros grandes problemas nacionales.

Y esto pasa por cambiar la concepción de la política como una actividad que ennoblece a los seres humanos por su capacidad para asignar recursos escasos, por su visión colectiva de la vida, por la necesidad de fortalecer el espacio público y evitar caer en el maniqueísmo del binomio amigo-enemigo.

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