Por Miguel Ángel Isidro
El 23 de marzo de 1994, en un polvoroso asentamiento popular de Tijuana, fue asesinado a mansalva, a plena luz del día y rodeado de cientos de personas el entonces candidato del PRI a la presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Dicho asesinato marcó un doloroso hito en la historia política del México moderno: el advenimiento de una nueva y sombría realidad, en la que ni siquiera los personajes cercanos al poder podrían estar a salvo de la violencia criminal. Y en la otra cara de la moneda, la subsistencia de una clase política carente de principios, capaz de llegar al asesinato para lograr sus objetivos.
El sacrificio de Colosio se circunscribe perfectamente dentro de lo que Maquiavelo estableció como la mecánica del crimen político perfecto: hacerlo a la vista de la gente, para que la confusión impida su cabal esclarecimiento, y al mismo tiempo, para infundir terror.
A 24 años de distancia, y a pesar de la premura oficial por dar por cerradas las investigaciones, persisten muchas dudas y agujeros negros en torno al caso. Pero lo que más llama la atención ha sido la forma en que algunos personajes han sabido acomodar las circunstancias para prácticamente estar fuera del ojo público, pese a las implicaciones jurídicas, criminales y políticas del caso.
Resulta curioso, que a casi un cuarto de siglo, cada vez que se hace referencia al caso Colosio, la sombra de la sospecha se extiende sobre la figura del villano favorito del imaginario colectivo de la fauna política mexicana: el ex presidente Carlos Salinas de Gortari.
Obvio, a pesar de la escasez de pruebas sólidas, razones sobran para dicho juicio popular. Primero, por el halo de ruptura marcado por el propio Colosio en su emblemático discurso del aniversario del PRI, apenas unos días antes de su asesinato, enfatizado en una sentencia lapidaria: “Veo a un México con sed y hambre de justicia…”
Segundo, porque en el imaginario popular sigue pesando la idea de que Salinas se empeñó en vender a la sociedad mexicana un espejismo de modernidad de la mano de ese adefesio programático que él mismo bautizó como “liberalismo social”. El reclamo de un México que se durmió soñándose en el primer mundo bajo el cobijo del Tratado de Libre Comercio y que fue despertado con el balde de agua fría que representó para los poderosos el alzamiento indígena en Chiapas.
Sin embargo, a la luz de los años y de los acontecimientos, sin más argumentos que la simple lógica, es de llamar la atención que prácticamente en ninguno de los señalamientos públicos sobre el caso Colosio, se hace mayor referencia a la figura de otro personaje que fue protagonista, beneficiario y fiel de la balanza en muchos de las implicaciones de este tortuoso asunto: el también ex presidente Ernesto Zedillo.
Resulta curioso como para muchas personas, al hablar de esa coalición de fuerzas y conveniencias políticas denominada por muchos como “el PRIAN”, la simple asociación de ideas lleva a entrelazar hechos y personajes de dos sexenios de manera casi directa: se relaciona de manera casi perversa a Salinas con Vicente Fox; cuando se habla de negocios al amparo del poder, de la alternancia , de las famosas “concertacesiones”… como si el sexenio del Doctor Zedillo no hubiese existido.
Al cierre de esta semana, y como consecuencia de un ordenamiento del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), fue liberado un video no editado que registra el momento exacto de la ejecución del malogrado político sonorense. Ahora se sabe, que por mandato ejecutivo, la Procuraduria General de la República tenía la orden de mantener dicho material audiovisual bajo reserva hasta el año 2035. Y más aún, que dicha orden fue dictada desde la Presidencia de la República.
En los hechos, Ernesto Zedillo Ponce se León fue el principal beneficiario del sangriento homicidio de Colosio. Por designación directa (dedazo), fue impuesto como candidato presidencial sustituto, y para muchos observadores, la tragedia de la familia Colosio motivó un voto sentimental a favor del PRI.
Durante el mandato de Zedillo se cometieron toda clase de latrocinios en torno a la investigación del crimen, y en general, las instituciones de seguridad pública y procuración de justicia vivieron uno de los momentos más negros de su historia reciente.
Media docena de personajes encarcelados, fiscales especiales, asesinatos sospechosos y hasta historias de videntes se entretejieron en este asunto . Otro dato espeluznante es el hecho de que por mandato presidencial, el expediente criminal del autor material del homicidio, Mario Aburto Martínez se mantiene restringido exclusivamente a familiares. Incluso ahora se sabe que la misma restricción impera sobre cualquier contacto del presunto homicida hacia el exterior; orden que pesa hasta su futura liberación, en el lejano año 2039. Ni siquiera existe autorización para que la prensa tenga acceso a fotografías recientes de Aburto, por lo que su actual filiación y estado físico son un misterio.
Si bien las primeras indagatorias sobre este crimen se desarrollaron a finales del mandato de Salinas, fue durante la administración Zedillo que se dio el cierre técnico del caso. Oficialmente Colosio fue víctima de un asesino solitario, que tuvo franco acceso a su objetivo en un mitin político donde estuvieron presentes decenas de policías, agentes federales y espías del CISEN. Las evidencias e incluso la escena del crimen fueron atrozmente manipuladas antes del agotamiento de las indagatorias. Como si se quisiera entorpecer cualquier otra línea de investigación.
Como candidato sustituto y posterior Presidente de la República, Ernesto Zedillo tenia no sólo el poder, sino la obligación moral de esclarecer el magnicidio de Colosio, de quien fue amigo y coordinador de campaña.
Visto en perspectiva, la llegada de Zedillo a la Presidencia bajo cualquier otra circunstancia que no hubiera sido la sustitución de Colosio hubiera sido imposible. Siempre fue un político gris, sin carisma. Aunque sus cercanos colaboradores siempre elogiaron su inteligencia, su paso por secretarías de despacho federal, como las de Programación y Presupuesto, o la de Educación no fue para nada sobresaliente.
Mientras que a Carlos Salinas la opinión pública le achaca todo tipo de males e injerencias en el poder, aún durante los dos sexenios panistas, Zedillo supo pasar a un bajo perfil en forma sorprendente. Poco se sabe de su actividad privada, más allá de ser catedrático en universidades de Estados Unidos y de haber fungido como directivo en un par de firmas y organismos internacionales del sector financiero.
La única referencia sobre Zedillo en lo privado durante los años recientes ha derivado de la presencia de sus descendientes en publicaciones de la prensa rosa, donde son vistos como miembros del jet-set mexicano, con un estilo de vida propio de magnates.
La ruptura entre Zedillo y Salinas fue evidente. Fue durante el zedillato que se persiguió y encarceló al otrora poderoso Raúl Salinas de Gortari, hermano predilecto del ex mandatario. Y durante su sexenio, Zedillo se encargó prácticamente de desmantelar al PRI. Desde el argumento de la “sana distancia” entre el Presidente y su partido, de manera soterrada se preparó el escenario para entregar el poder al PAN en el año 2000.
En los años posteriores, y ya como protagonista de la escena política nacional , el actual Presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió al ex presidente Salinas como “El Innombrable”, mote que sintetiza las supuestas atrocidades y alcances de un personaje que para efectos de la mitología política mexicana, sigue teniendo influencia en eso a lo que el propio AMLO se refiere como “la mafia del poder”, para definir esa zona oscura donde se entremezclan intereses económicos y políticos. El espacio donde convergen los grandes empresarios y los gobernantes.
Pero llama la atención el hecho de que durante los años recientes, ni AMLO, ni ningún otro político de oposición hayan dedicado mayor tiempo o espacio para referirse al ex presidente Zedillo. Incluso ha habido quienes elogiaron su decisión de reconocer de manera inmediata el triunfo de Fox y de haber entregado el poder sin mayor reparo. Pero en el fondo habría que constatar un hecho contundente: muchos de los personajes que durante varios sexenios ocuparon espacios clave en instituciones financieras como el Banco de México, provienen del zedillato, como es el caso de Guillermo Ortiz Martinez y José Ángel Gurría Treviño.
También llama la atención que un ex zedillista ha sido incorporado al gabinete de AMLO como secretario de Educación: Esteban Moctezuma Barragán, quien fuera titular de Gobernación al inicio del sexenio de Zedillo, quien posteriormente lo designaría como secretario de Desarrollo Social.
En alguna ocasión, el retorno de Salinas tras una prolongada ausencia del país coincidió con un movimiento sísmico. Abundaron chistes al respecto. En cambio, si Zedillo sale o entra del país, nadie se entera o a nadie parece importarle.
Subsiste la duda. ¿Quién es, entonces, el verdadero “innombrable”?
Twitter: @miguelisidro