PERSPECTIVA, por Marcos Pineda Godoy.

Una línea para entender la historia de los procesos políticos en el mundo podría ser el estudio de las persecuciones, los conflictos y las afrentas por el poder.

Desde los épicos enfrentamientos entre las antiguas dinastías chinas que dieron origen a la fundación de su imperio, la expansión del dominio romano de occidente, las conquistas territoriales de las potencias europeas, al nacimiento de los Estados Nacionales, y hasta las revoluciones libertarias de la época reciente, sin dejar de lado las guerras mundiales y la Guerra Fría, que para muchos nunca terminó, sino adquirió nuevas dimensiones geopolíticas, las persecuciones entre unos y otros, más o menos violentas, según el caso, dan cuenta de todo lo que han sido capaces los seres humanos codiciosos de poder.

El establecimiento de instituciones responsables de la administración pública, legales y legítimas, en el marco de la universalización de la democracia como sistema para la elección pacífica de los gobernantes y diversos tipos de autoridades, ha sido un gran avance. Pero, las democracias no han estado exentas de conflictos, producto de las ambiciones de personas o grupos, que derivan, entre otras, en persecuciones, con diferentes matices y alcances.

Ya mucho se ha reflexionado sobre la insuficiencia de la democracia, por sí misma y sin adjetivos, pues la conformación de grandes mayorías, ya bien convencidas ideológicamente, manipuladas mediáticamente o forzadas pragmáticamente, desembocan, sin remedio, en el mediano o en el largo plazo, en autoritarismos y tiranías. El tipo y la forma de la democracia importan y mucho.

Una de esas mayorías, construida al paso de 24 años en campaña, por Andrés Manuel López Obrador, desde que asumió el gobierno de la Ciudad de México, hoy tiene en sus manos la reconfiguración completa de los sistemas en que la República se basa. Aunque no lo presenten en esos términos, se trata de reformas estructurales. De cambiar, ellos dicen transformar, la forma en que funcionan la impartición de justicia, los procesos electorales, la economía nacional y, en general, la forma de gobierno.

Esto puede constatarse con la revisión de las trece iniciativas de reformas constitucionales, además de las siete que ya son norma vigente, que dejó el exmandatario, listas para ser aprobadas y promulgadas.

Los posicionamientos en el Congreso de la Unión son claros: van por su aprobación lo más pronto posible. Quienes pensaron que diputadas y diputados, senadoras y senadores tendrían un criterio propio, abonarían a la discusión y, quizá, podrían hacer modificaciones a las iniciativas, hasta el momento parecen haber estado equivocados. Basta un señalamiento en las mañaneras y, de inmediato, vuelven al redil.

Otros tantos, los que quieren ver en la presidenta, Claudia Sheinbaum, un giro, un cambio, la disposición al diálogo, el acuerdo y el consenso, han tenido que contentarse con un discurso presidencial menos agresivo, de tono más conciliador, pero que no se aparta ni un ápice de los objetivos planteados por su antecesor.

En medio de ello, se asoman ya nuevos conflictos, fuertes afrentas y persecuciones políticas. Nada de fondo nuevo, es cierto, aunque sí reeditadas y potenciadas.

Y para iniciados:

La diputada Tania Valentina Rodríguez Ruiz, a la vez, líder del Partido del Trabajo en el estado de Morelos, fijó ya su postura con respecto a la solicitud de desafuero que envío la Fiscalía Anticorrupción al Congreso local. Acusa, directamente, al fiscal y al vicefiscal, de una persecución en su contra, que tiene por objeto hacerla callar, al tiempo que niega la existencia de fundamentos para ser sometida a un proceso judicial. La Junta Política y de Gobierno de la LVI Legislatura tendrá que fijar una postura al respecto, como también deberán hacerlo sus aliados de Morena y el Verde. La propia Tania Valentina lanzó un cuestionamiento que a muchos les hace sentido: ¿Qué pasa con Cuauhtémoc Blanco y las denuncias que se han presentado en su contra?

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